martes, 31 de diciembre de 2013

Para terminar bien

Recuerdo Nico, que cuando 2013 comenzó, yo tenía tantas buenas expectativas al respecto: estaba enamorado, tenía una buena racha deportiva, cada vez con más amigos tanto en el deporte como fuera de él y me sentía dichoso de tener una familia tan buena. Estaba seguro que 2013 sería mi año. 

A inicios de marzo, gané una medalla de bronce en la competencia individual de los Juegos Centroamericanos y a la vez logré ganar junto a mis compañeros de equipo, la medalla de oro en la participación grupal.  Fue estupendo sentir que en una primera competición de este tipo se lograra un buen resultado; sin duda la medalla fue mi primer objetivo anual cumplido. 

Con mis compañeros medallistas en los Juegos Centroamericanos


Pero resulta que a inicios de abril mi relación amorosa se terminó abruptamente (cuestión que ahora me resulta extremadamente divertida), cuando yo me encontraba en lo mejor de querer y valorar a alguien que ya se había hecho parte de mi vida.  Vaya que fue duro; ahora me atrevo a confesar que pasé en un estado depresivo al estilo de “la chimoltrufia”: lloraba, cantaba, luego volvía a llorar, y finalmente cantaba mientras lloraba… a veces hasta cantaba, lloraba, y barría la casa. 

Si tuviera que hacer un estimado, debería decir que pasé de abril a julio llorando como si llorara a un santo.  Pero debo sentirme dichoso que todo eso haya terminado, porque se constituyó en un peldaño más para ayudarme a llegar a los lugares de mi vida a los que finalmente debía arribar. De pronto te das cuenta que hay personas que ya no tienen protagonismo, y debés pasar al siguiente acto de la obra. 

Esa ruptura amorosa me hizo interesarme en el arte,  conocer los museos de mi país, e inscribirme en un taller de literatura que he disfrutado mucho, y que me ha servido para poder escribirte cosas cada vez mejores. Aunque no era un objetivo previamente establecido, me siento orgulloso de haber comenzado a compartir con vos Nico; porque mientras te escribía me di cuenta que a veces el dolor es un gran maestro, porque nos obliga a descubrir lo mejor de nosotros mismos. Mi segundo objetivo fue creado y cumplido durante esa curiosa experiencia.

El resto del año estuvo lleno de competencias en las que no me fue muy bien, y aunque por ratos seguía sintiéndome triste,  fui dichoso de ir descubriendo interesantes personas que iluminaron mi vida; sin duda he terminado este año con muchísimos amigos nuevos. Y aun con un mal cierre deportivo, logré mejorar mi resultado en la Copa Giorgio Scarso de 2013 ganando un segundo lugar.  Tercer objetivo cumplido.


Gracias a la esgrima pude conocer Perú y tuve mi propio momento para dejar volar la mente. Ha sido quizás el mejor viaje de mi vida. Finalmente, mi cuarto objetivo relacionado a mejorar mis resultados académicos, también fue alcanzado con éxito.

Aprendí muchas cosas, algunas de esas enseñanzas maduraron en mi cabeza como si esta fuera un plátano (a golpes) y otras tuvieron lugar a través de gratas experiencias que siempre recordare con especial gratitud. 
Pero quizás mi más grande lección en este 2013, ha sido comprender que las personas son libres y bajo ninguna circunstancias debemos hacerlas sentir atadas a nosotros, porque eso es lo más precioso que podemos encontrar en alguien: la libertad de elegir. De ahí que nosotros amemos con particular intensidad a quienes eligen aceptarnos tal cuales somos. 

¿Y sabes qué Nico? También hay que comprender que las personas son libres de irse, de no querernos, son libres inclusive para odiarnos. Pero ahí radica nuestra verdadera misión que no es hacer que los demás nos amen, sino trabajar para que nadie tenga ni un solo motivo para odiarnos (porque es ese el más grande regalo de amor que podemos hacerle a cualquiera)

Creo que ese es mi propósito más importante para los años que quedan por venir, hasta que te conozca a vos, hasta que conozca a mis nietos, y hasta que me llegue “la hora”, como diría tu bisabuela. Debo decir que con la finalización de este año, me pongo más ansioso por el día de nuestro encuentro.

Si me preguntan sobre este año, yo solo puedo decir que fue mi año de aprendizaje, mi año de licencia, alejado de rencores que ni yo mismo aceptaba como retenidos en mi corazón. 2013 fue el año en el que de nuevo comencé a quererme a mí mismo. 



¿A quiénes debo toda la dicha de mi 2013? Pues a esos  amigos que han estado conmigo a cada instante, por más oscuro que haya sido el momento (agradecimientos particulares a Gabriela Segovia y Lesly flores). A mis profesores, por exigirme con esmero que sea mejor cada día (agradecimientos especiales al profesor Marcos Morán, a la arquitecta Mercedes Silva, y a la licenciada Sandra Núñez). A mi familia, que siempre me apoya y me hace sentir su amor a cada paso (en especial a Doña Clara Luz Estrada, que como repito este año, es una madre envidiable). 

También agradezco a las personas que trataron de hacer mi año difícil, que hablaron mal de mí, que hicieron de sus críticas cuchillos, que pusieron su pie con la intención de hacerme tropezar, o que simplemente desacreditaron mis acciones; les agradezco y realmente les deseo plenas y abundantes bendiciones, porque yo mismo se lo difícil y pesado que puede ser llevar una vida cargada con rencores.

Y termino con mi agradecimiento más importante: para Dios, por permitir que las bendiciones fluyeran en mi vida todos los días del año, por permanecer a mi lado en todo lugar al que fui, por limpiar las lágrimas de mi rostro, y por darme el coraje y la voluntad para hacer todo con amor y entrega.  Cada logro, cada paso dado, y cada lección son por Él y para Él, para que su nombre sea glorificado en mi vida.

No quisiera que el 2013 terminara, pero espero con ansias todas las aventuras que hay preparadas para mí allá en 2014.  

De mis objetivos para el nuevo año te contaré después… Te amo Nico, donde estés, deséame un feliz 2014, que desde donde yo estoy, deseo desde ya que podamos celebrar nuestro primer año nuevo juntos.


Por:
Carlos Eduardo Gómez Estrada
cared1992@gmail.com

lunes, 16 de diciembre de 2013

En primera fila

¿Sabes algo Nico? A mí me gustaría que vos fueras esgrimista; sí, así como yo.

Desde que comencé mi vida deportiva, siempre había anhelado que al nacer, vos compartieras esa pasión conmigo. Me ilusionaba pensar que algún día podría verte en una primera competencia, ganando tu primer asalto, tu primera medalla. Bueno, la idea no ha dejado de ilusionarme del todo.

Es probable que la emoción se origine en el hecho de poder ser tu maestro o consejero. De tener la seguridad de poder alentarte al haber transitado el mismo camino. Incluso es probable que toda esa ansiedad surja de la posibilidad de que vos recorrás el camino al cual yo ya no alcance a llegar. No sé, pero es emocionante pensar que querrás hacer lo mismo que yo hago, y terminarás de llenar la sala de la casa con tus medallas.

Pero verás, hace unos días fui con tu abuela a una presentación de la sinfónica, una orquesta compuesta solo por niños de aproximadamente doce años. Al estar ahí, y durante toda la presentación, vi como sus padres se paraban para aplaudirles, vi como los ojos les brillaban al ver a sus pequeños cantar o tocar un instrumento, y vi como sus familias enteras estaban ahí para apoyarlos.

¿Y sabés qué? Yo me emocioné con ellos. Porque no es lo que los niños hacían lo que estremecía a todo el público. Era ver en sus ojos la felicidad de personas que a temprana edad, se sienten plenas de hacer algo que les gusta.

Y ahí estábamos varios cientos de seres humanos, sintiéndonos felices por su felicidad.

Así que, Nico, no te preocupés.

No me importa si no querés hacer esgrima, no me importa si no querés ganar medallas, no me importa si no te gusta viajar y hacer turismo. No importa, lo único que quiero de verdad, es que cada día te levantés pensando en lo excitante que será, hacer una vez, más aquello que amás.

Quiero que sea esa emoción la que te mueva cada mañana al despertar, la que te indique el camino a tomar, y que te ayude a ser el mejor.

Si en lugar de un sable, querés tener en tus manos un pincel para pintar, yo estaré feliz.  Si querés tener un violin, o tus dedos sobre el piano, mis oídos con gusto escucharán. Si querés dedicarte a la química o los números, con gusto me quebraré la cabeza tratando de entender lo que hagás.

Y cada vez que tengás una presentación, o expongás lo que hacés, o te parés a hablar en público, yo seré el primero en la fila.

Mis aplausos serán los primeros, y mi orgullo el más grande.
Yo estaré ahí, amándote igual.
Que la felicidad constante en lo que hacés, sea siempre tu más grande medalla.


Te amo.


Por:
Carlos Eduardo Gómez Estrada

sábado, 26 de octubre de 2013

Danilo

Se levantó temprano, cuando apenas comenzaba a salir el sol; había decidido que ese día se convertiría en hechicero.

En aquel quince de octubre en particular, los ánimos le habían amanecido dormidos, porque después de tanto llanto de la noche recién pasada, apenas tenía la capacidad de sentir algo. Sin embargo estaba tan determinado, que a pesar de su anestesiado humor matutino, inició con la preparación de todos los materiales para elaborar la poción.

Todos sabían que estaban en octubre menos él. Llevaba casi seis meses en los que justo a las nueve de la noche, comenzaba a llorar. Varias hojas del calendario habían caído del árbol del tiempo y ya nadie se preocupaba por buscarlo, conocían el motivo de su llanto y reclusión: había perdido al amor de su vida, mejor dicho, el amor de su vida se había ido justo cuando él estaba amando más.

Todos conocían que Danilo lloraba por un amor, pero nadie comprendía que realmente pasaba hasta la madrugada sollozando por dos.

Tomó despacio las hierbas, y el olor de la ruda le comenzó a despertar el corazón, que de nuevo le comenzó a llenar los ojos de lágrimas.

La decisión de buscar en la magia la solución, surgió luego de aquella noche en que la soledad de la habitación y el frasco de pastillas en su mano lo convencieron de quitarse la vida, en ese episodio que se constituyó su primer intento fallido de suicidio. La desesperante idea de una vida sin su amor de siempre, lo llevó primero a querer matarse, luego a querer seguir, y finalmente a probar con la poción para que el cariño surgiera de nuevo, o si no rellenarse los sesos con una bala.

Luego de poner aquel grupo de extrañas y olorosas hojas en un lugar adecuado, tomo la olla y el polvo café que había comprado a la anciana de sombría y sabia apariencia que se había vuelto su mentora. Era ella quien le sugirió la fórmula adecuada y le dijo con confiadas palabras: unas gotas bastarán para recuperar al verdadero amor de tu vida.

Tuvo que creerle; él no sabía nada de magia y en el caso que la poción no funcionara, Danilo se quitaría la vida.

 Por eso tenía miedo, por eso le temblaban las manos mientras veía los borbollones del agua hirviendo en la olla, por eso sentía que la vida se le iba mientras agregaba despacio cada una de las hojas de las extrañas plantas; por eso sentía que tenía que funcionar… porque aunque nadie lo supiera, estaba cansado de llorar y de tener que entregarse al sueño hasta que ya el cuerpo quedaba agotado de derramar lágrimas.

Porque aunque nadie comprendiera, él se había entregado en un amor que nadie supo valorar. Tuvo que perder el miedo del abandono de casi cualquiera que le importara, para poder amar con libertad; para que pudieran estar juntos.
Y al final, se quedó solo, porque lo único que no hubo fue un “juntos”.

Ya aquella hirviente sustancia tomaba forma, y él ya sabía cómo la haría llegar a su destino final.
La anciana le había dicho, que a veces la magia actúa mejor de lo que se espera, cuando se cree con fuerza. Le dijo que de todas sus fórmulas secretas, esa era la más valiosa, y que ella, también había recuperado el amor de su más grande amante utilizándola. Era lo único que lo perturbaba, porque la bruja parecía sabia, parecía comprensiva y vieja, pero no lesbiana.

De pronto, el fuego que hacía burbujear la mezcla se apagó. La perrilla de la cocina seguía abierta.

Respiró y no tuvo más miedo, pero casi pudo sentir a la muerte respirarle en el cuello. Solo faltaba un paso: el mismo debía lavarse el rostro con aquella olorosa y mal colorida sustancia.
Salió al patio y se dio cuenta que las nubes no habían dejado al sol brillar aquella mañana. Vio la mezcla ya menos caliente en un nuevo recipiente, comenzó a tomarla despacio entre sus manos y a lavar con ella su cara. Mientras lo hacía, de nuevo comenzó a llorar; esta vez, sin dolor.

Lloró y lloró, mientras iba comprendiendo.
Supo que todo estaría mejor, pero siguió llorando mientras entendía todo.

Lloró por horas, por las horas que había pasado llorando. Y se fue descubriendo a sí mismo en cada lágrima.  Lloró porque descubrió que el hombre que amaba se había fugado porque no quería ver como se destruía encerrado en la habitación.

Lloró porque supo que él se había ido mientras lo veía llorar por alguien más. Lloró porque decidió que había querido ser hechicero para recuperar un amor que no era el que debía buscar.
Lloró porque siempre se había considerado muy inteligente, y sin embargo pasó meses en lo oscuro del cuarto buscando a quien no era. Lloró porque ahora finalmente, se reencontraba con su verdadero amor.

Lloró porque quería seguir llorando… y cuando volvió en sí, estaba tirado en el suelo del jardín, con la ropa mojada; al parecer había llovido mientras se hacía de noche.  Algunas estrellas le adornaban la conclusa jornada de llanto.

Se acurrucó, y despacio comenzó a agradecer mientras veía el firmamento.
Había recuperado al amor de su vida, pues estaba, en aquella noche, amándose de nuevo con Danilo.

Se levantó; eran las ocho cincuenta y nueve cuando se tiró a la cama completamente sucio pero tranquilo.


A las nueve, se quedó dormido.


Por:
Carlos Eduardo Gómez Estrada


sábado, 19 de octubre de 2013

No quiero vivir

No quiero vivir en un mundo
donde la gente se queja de la gente,
donde la gente critica a la gente,
sin criticarse antes a sí misma.

No quiero estar en un mundo
donde las personas se quejan de la corrupción y la política,
ni donde las personas son también
políticamente corruptas.

No quiero estar en un mundo,
donde la gente se queja por la ausencia de un cambio,
pero llevan años con las mismas actitudes.

No quiero vivir en un mundo,
donde la gente se queja del sufrimiento del prójimo,
pero traiciona y apuñala,
causando dolor a otros de sus hermanos.

No quiero vivir en un mundo con personas a las que,
“les arde el dolor del pueblo”
pero que les arde tanto,
que nunca han hecho nada más que hablar.

No quiero vivir en un mundo
de gente que levanta su voz por el llanto de otros,
pero que con sus manos destruye la felicidad de alguien más.

No, no quiero vivir en un mundo así.

Quiero en cambio, vivir en un mundo
de gente que lucha por cambiar su entorno;
no mucho,
me basta con los dos metros cuadrados que rodean sus pies.

Quiero vivir en un mundo,
de gente valiente
que con sus acciones se vuelven mártires,

Sí, un mundo de mártires de hoy,
y no un mundo de personas
con disfraces de gente ejemplar del ayer.

Quiero vivir en un mundo,
de gente que carga sus palabras
y las convierte en acciones de un cambio positivo.
Un mundo donde la gente emprenda cosas pequeñas,
que permitan grandes mejoras.

Un mundo donde las personas hagan cosas buenas,
y no solo escriban en Facebook o twitter.

Ese mundo en el que quiero vivir,
comienza en mí;
por eso desde hoy y desde mí,

me estoy esforzando por construirlo. 


Por:
Carlos Eduardo Gómez Estrada

sábado, 21 de septiembre de 2013

Después del dolor

Casi dos años después, sintió que una brisa cargada de ayeres le tocaba el rostro; y con una débil sonrisa, se vio de nuevo en aquellos días de su viejo amor de siempre.  De pronto, había comenzado a llover.

Parado en aquella esquina, observó con ternura cuando sus miradas se cruzaron por primera vez, notó en sus labios la humedad del primer beso, y pudo mirar en las gotas que se le deslizaban por la piel, la imagen del romance que había añorado tanto.

Oyó el susurro del frío que ya se había hecho presente  y le contaba de nuevo sobre la crueldad del mundo cuando se ama. Pudo oír el sollozo nocturno de su corazón en aquellas noches que duraban trece meses, mientras esperaba que aquella figura que anhelaban sus ojos se volviera a hacer presente.  Le pareció ver al tiempo como antes: sin moverse.

Tenía una hora parado en aquel lugar, y la piel ya le expiraba recuerdos que se iban colando con el agua de aquella noche de miércoles.

Y el taxi no llegaba, no llegaba.

La lluvia, que lo divisó frágil, comenzó despacio a minar:
Lo hizo recordar el sabor dulce del reencuentro y de juntarse de nuevo como guerreros que lucharon distintas batallas.

Y como si nada, le lanzó el golpe:
Le narró muy lento las noches en que se fue acabando el “nosotros” y había ido quedando solo él. Le sacó la cuenta de las lágrimas, de las cartas, los días y de toda la tristeza.

Le pasó con inesperada tiranía la suma del sufrimiento de un amor que se había terminado sin que él quisiera; y también, sin que el fuera capaz de hacer algo.

La lluvia, segura de haber lanzado una certera flecha, comenzó a retirarse con la lentitud de quien se va tranquilo, hasta reducirse a una fina humedad que gobernaba aquella hora.

Carlos estaba ausente, con los ojos puestos sobre la calle vacía, que ya empapada como él también compartía otra cosa. En aquel momento solo se tenían el uno al otro.
A él, la noche ya se le hacía pesada, y el taxi parecía tener todo, menos intenciones de llegar.

Cansado por la espera y los recuerdos, decidió sentarse en la acera y sin importarle nada, sumergió sus zapatos en la suave corriente que aún se deslizaba por la cuneta.

De pronto,  sin que lo esperara, una voz se escuchó desde el centro de la calle, que en aquel momento, seguía totalmente abandonada. Prestó atención y logró distinguir su nombre; la calle hablaba y el escogió escuchar:
Ahora estás en el suelo, el dolor ha sido el suficiente para llevarte ahí.
Estás empapado  y cansado del recuerdo, la lluvia ha sido la necesaria para dejarte así.
Estás solo aquí, a las diez treinta de la noche y nadie parece venir.

Sí, el dolor ha bastado.

Has recordado mucho de un capítulo y del dolor que este ocasionó en tu vida; ahora déjame a mí, contarte lo que vino después:

Luego de librar noches enteras retorciéndote en el piso sin saber qué hacer, te levantaste un día y decidiste no perder.

Con el corazón en pedazos, encontraste nuevos lugares donde aprender a reparar; descubriste nuevos rostros, y en ellos sonrisas, que te enseñaron de nuevo a sonreír.

Con las lágrimas aun mojándote el carácter, decidiste emprender y embarcarte hacia lo desconocido. La tristeza no te impidió seguir.

En los días más grises, en lugar de lamentarte apartaste las nubes, y a tu manera pudiste ver el sol.
Poco a poco dejaste el llanto a un lado y  seguiste adelante.

Encontraste cada día, tu propia e inusual manera de hacer todo cada vez mejor.

Nada fue en vano.

Todo te ayudó a descubrir que después del dolor solo llega la innovación y la creatividad. Luego que el sufrimiento ha derribado todo, hallaste que solo viene la reconstrucción.

Con lo que no funcionó, te diste cuenta que vale la pena ir y emprender proyectos nuevos.

Pero sobre todo, pudiste finalmente ver que  la semilla, después de ser arrojada y quedar sola en el suelo, no puede más que empezar crecer.

Ahora, deja de pensar que las calles hablamos y no olvides que todo está en ti.

Abruptamente, una luz le brilló en los ojos.


El taxi había llegado.



Por:
Carlos Eduardo Gómez Estrada

sábado, 7 de septiembre de 2013

La Naranja Exprimida II

Estaban quietas, como queriendo que las devoraran,  y él, que apenas estaba conociendo el mundo en aquellos días, no pudo más que acercarse con la curiosidad que siempre lo caracterizó, tomar uno de aquellos frutos verdes ocultándose de la abuela y abrazando el mal trago, y sin pensarlo dos veces, morderlo.

Apenas pasó un segundo, cuando su grito ya había atravesado el patio e invadido la sala haciendo que la abuela se tropezara con sus propios pensamientos sobre el porvenir de su nieto, que luego de aquel alarido, suponía ella, debería estar medio muerto.

Al llegar al patio, vio aquella pequeña figura, sentada en el suelo y ya silenciosa. Era el hijo de aquella niña que tanto le había costado educar, de su hija la más rebelde, y sin embargo él, era su nieto favorito. Se acercó y al mirarlo acurrucado, logro ver como de aquellos grandes ojos brotaban despacio pequeñas gotas brillantes, que casi pudo ver en ellas el dolor que sentiría su pequeño en aquel instante.

Mientras se agachaba, también pudo ver  tirada una de las naranjas agrias que habían estado guardadas en el saco cercano a la escena. Hasta parecía divertido ver toda la gallardía y curiosidad del nieto impresa en la cáscara de aquella naranja, que no solo era extremadamente ácida, si no que había sido mordida sin que nadie se tomara el tiempo de pelarla.

A pesar de las advertencias, Carlos su nieto, había decidido ignorar las órdenes que ella le había dado respecto a las naranjas aquellas, que no eran las mejores para comer, y mucho menos con la cáscara encima. Eran agrias y jugosas, ella solo las utilizaba para hacer jugo.

Por un instante vino a su memoria la imagen de su hija, igual de aventurera y curiosa. Recordó la ocasión en que estuvo a punto de perder la cordura ante la repentina fuga que la niña emprendió, en oposición a la orden que se le había dado de lavar los platos.  Casi podía ver en Carlos, la misma decisión y fuerza de Clara, su hija.

Ya con la tranquilidad de vuelta bajo la blusa, y con la transpiración haciéndose frescura en la frente, se acurrucó y le dio un abrazo a su nieto, de esos que se dan cuando se ve en otro, lo que uno mismo es; le limpió despacio las lágrimas y lo levantó del suelo.  Los labios del niño le recordaron sus años de juventud, estaban rojos como mordidos por el amor de adolescentes, irritados por el zumo de la naranja, que también había provocado ese color doloroso en sus ojos.

Le preguntó sobre la razón por la cual había mordido la naranja, y el niño, aun con los ojos llorosos, le dijo que no quería volver a probarlas nunca.  Ella soltó una risa cargada de ternura, y trató de explicarle que aquellas naranjas eran muy ácidas, ideales para exprimirlas pues eran muy jugosas.  También trato de hacer que en aquella pequeña cabeza entrara la idea, que toda naranja para saber bien debe estar libre de la cáscara.

Sin mucho sobresalto, ella olvidó aquel episodio, y al día siguiente para el almuerzo, decidió preparar un jugo de naranja  para su nieto.

El niño, cuando llegó de la escuela y se sentó a la mesa, no pudo más que fijar sus ojos sobre el vaso, que casi se volvió objeto de la inquisición de su mirada.  Sin decir una palabra, lo apartó de su plato y no pensó siquiera en beberlo, pues aún tenía presente el ardor del día anterior, que ya se le había colado bien en la memoria.

La abuela, que trató de explicarle que las naranjas también condicionaban la calidad del  rico jugo que tenía en frente, no logró hacer que Carlos tomara ni un sorbo del mismo.

Pasaron un par de años, y el niño creció con la idea que las naranjas agrias eran algo que no volvería a probar, y que cualquier cosa hecha con ellas también le resultaría desagradable.  Hasta que un día, y por una casualidad de la vida, tuvo que probar el jugo de las naranjas agrias, en una comida a la que había sido invitado.

Al entrar a la casa de su amiga, había visto el árbol, y supo al ver los frutos, que eran los mismos que le habían generado aquel mal recuerdo de antes.  

Al sentarse a la mesa, escuchó que el refresco que iban a servirle provenía de las naranjas del árbol que recién había visto, y de inmediato sintió que le invadía el cuerpo la misma sensación que años atrás. El corazón se le humedecía de nuevo con las mismas lágrimas del niño que no supo que hacer luego del mal sabor de aquella mordida.

Pero como la vergüenza de explicar su miedo fue más grande, cuando llegó el momento, sin mucho que decir, probó el jugo.

Por un segundo se sintió engañado por sí mismo, luego enojado, y finalmente le causó gracia pensar  cómo había creado su propio mito alrededor de las naranjas.  El jugo no sabía mal, de hecho era bueno, y él se había perdido de ello durante algunos años solo por el miedo de no volver a probar. 

Pasado aquel evento y al tener la menor oportunidad, Carlos, sin mucho pensarlo, decidió contarle a su abuela sobre dicho episodio, ante lo cual, ella no pudo más que sonreír, suspirar y comenzar a hablar, con el tono de alguien que comprende bien:

Nos pasa Carlos, nos pasa…
Cuando las personas tenemos una experiencia que nos resulta poco grata, por lo general,  la tomamos como una carga y no como una oportunidad de aprendizaje y crecimiento.

Cuando mordiste las naranjas hace algunos años, decidiste hacer de aquel episodio una carga que te impidió por algún tiempo, el disfrute de algo tan sencillo como un jugo.  Cargaste con las naranjas, pero no las utilizaste.

Eso también  les pasa a otros, cuando hacen de algunas cosas de su pasado, cargas que más bien parecen anclas que les impiden avanzar. La experiencia les pesa, pero al parecer, no les sirve.

Todos, por diversas, casuales e incluso incomprensibles razones, tenemos en nuestra vida una naranja agria y mordida rodando por ahí, sin embargo, no podemos limitarnos a llorar por ello. La misión de cada quien es levantarse, tomar su naranja y averiguar que puede hacer con ella.  La misión, es que le saquemos el jugo a la naranja, y no al revés.

Si tu experiencia en la vida fue una naranja agria, entonces haz de ella un jugo.
Si te clavaste la espina de un cactus, entonces planta tu propio jardín con él.
Si tropezaste con alguna piedra, edifica algo con ella.
Pero nunca dejes que el miedo te impida descubrir lo bueno que hay tras cada cosa que vivimos.
Cuando las cosas se pongan difíciles, aguarda, sé que sabrás bien que hacer.






Por: 
Carlos Eduardo Gómez Estrada 



miércoles, 28 de agosto de 2013

Carta para Carlos

Carlos:

Después de unos cuantos veranos, has llegado a tu cumpleaños número 21. Menuda cosa llegar hasta aquí, ¿cierto?

Hay que saberte de a centímetros para comprender que esto ha sido tu propio y profundo reto, todos los días, durante más de dos décadas ya.  Sé que hubo días en los que tuviste que llorar los que habían sido tragos amargos de la vida, pero también conozco que luego de cada inundación por llanto, te levantaste a labrar el terreno que había quedado fértil e hidratado para los nuevos proyectos.

Estoy enterado también que en menos de dos años, tuviste que plantarle cara fuerte a los sucesos, y aprender a comprenderte indefenso ante algunas situaciones. Sería muy largo tratar de escribirte sobre todo lo que has vivido, pero si de tus últimos 730 días hablamos, sé que podríamos gastar mares de tinta desenmarañando el nudo de cosas que has sobrellevado.

Pero, Carlos, mírate, aun estas aquí, de pie, fuerte, y esforzándote en tus proyectos más que el primer día. Aun estás sudando con coraje el esfuerzo puesto en cada cosa que haces, y que te empeñas obstinadamente en hacer cada vez mejor. No hubo lágrimas, ni decepciones, ni confesiones, ni miedos, ni verdades que lograran detenerte hasta ahora. Me permito aplaudirte por eso.

“Nunca será fácil”, te he visto escribirlo en repetidas ocasiones, y ahora te lo recuerdo con especial cariño.
Yo por mi parte, solo puedo decir, que te admiro profundamente. Te admiro con la sinceridad con que se admira a aquellas personas de las que se desea aprender. Quisiera poder decirte que hay cosas que solo fueron un sueño y nunca pasaron en  realidad, pero sé que ya las has enlistado como parte de tu aprendizaje, y me parece abusivo querer quitártelas.

Quisiera decir que cada vez que tuviste que llorar, reconociendo la verdad con la mirada hacia el suelo, fue solo una broma que los demás quisimos jugarte, pero sé también que eso te dio la fuerza, el coraje y la profunda determinación que hoy, yo tanto aprecio de vos.

Me gustaría decir que todo lo que fue difícil,  es solo un mito de esos que se cuentan en El Salvador, pero sé que cada guerra que libraste, es la que ahora te permite tener la gallardía de un guerrero de la vida. Sí, de esos que nunca dejan de aprender.

Y luego de hablar de batallas, solo puedo enorgullecerme de tus triunfos en cada una de ellas. Porque de cada golpe, siempre has sacado una victoria, y como todo buen peleador, has ido y te has embarcado rumbo a nuevas aventuras.

Gracias Carlos, por recordarme que debo seguir creyendo, y por enseñarme con cada una de tus guerras, que no hay excusa para no luchar. Gracias por recordarme con tu sonrisa empapada en lágrimas que no hay motivos que basten para perder la esperanza y para rendirse aun cuando nos encontramos vagando sin saber qué camino tomar exactamente.

Gracias por mostrarme que no hay motivos para olvidar  al amor y que no hay argumentos para no llevarlo por bandera cada día que vivimos. Y finalmente, gracias por recordarme que para amar a los demás, el amor debe empezar por uno mismo. Por traerme a cuenta  que “amar al prójimo”  debe  estar bien ligado con el “como a ti mismo”

Gracias Carlos, por seguir en pie de lucha.

Ahora solo me permito recordarte, que las cosas aún se pueden hacer mejor, así que adelante. Espero tener cosas buenas y maravillosas para escribirte el próximo 28 de agosto, allá en 2014.
Felicidades Campeón.

Un profundo y cariñoso abrazo de mi parte.



Carlos Eduardo Gómez Estrada.



Por:




sábado, 17 de agosto de 2013

Señales de guerra


"Combatirse a sí mismo es la guerra más difícil; vencerse a sí mismo es la victoria más bella."
Friedrich von Logau

En veinte años he visto desfilar a muchas víctimas de la vida, personas que van llorando a mares la crueldad de sus circunstancias, gente entonando tristes cantos resultado de la indiferencia, y a otros, simplemente estancados en el argumento de la “dificultad” de las cosas. Tú los habrás visto ya, abundan, y siempre pregonan un mensaje donde las victorias de otros son producto únicamente, de las condiciones ventajosas y pseudo divinas que los favorecieron.

Contrarios a estas grandes masas que he atestiguado durante años, existen por ahí (con notoria escasez) otros individuos, que aunque lucen similares a los del primer grupo, tienen una característica particular (lo que sigue no depende de mi condición de atleta): parecen estar siempre en guardia, y si no están así, es porque están librando interesantes y profundas batallas, no con certeza de victoria, pero con indiscutible voluntad.

Lo curioso del caso, es que no hay nada en los antecedentes de ambos grupos, que abra caminos separados para llegar a los diferentes destinos en los que se encuentran. Todos tuvieron circunstancias difíciles (de uno u otro tipo, pero las tuvieron), perdieron batallas o lloraron derrotas. Todos también, tuvieron oportunidades (algunos temporales y otros permanentes), pudieron haber tomado decisiones distintas, o abordado diferentes medios para llegar a donde lo hicieron.

Y entonces, ¿Qué pasó?

Pues, no puedo universalizar lo que estoy a punto de decir, pero en veinte años, nadie ha escapado a la regla.

Lo que pasó fue que, algunos hicieron de sus circunstancias las más grandes derrotas, y otros hicieron la guerra con ellas. Algunos perdieron batallas y se retiraron del campo, otros fueron, tomaron una nueva armadura, y buscaron seguir con la pelea; sin entregar un solo round.

La única diferencia, fue la decisión y determinación que cada uno tuvo frente a la vida, algunos se acobardaron y tomaron el lamento como excusa para no afrontarla, mientras que  el resto le dio señales de guerra… Y ahí es donde todo se puso interesante.

 Los del grupo de luchadores, tomaron el desafío de librar cruentas y encarnizadas batallas contra cada reto que la vida les presentó, a pesar de haber perdido o no, alguna de ellas con anterioridad. Con heridas, rasguños, o marcadas cicatrices, tomaron siempre sus armas y fueron adelante. Sin saber que pasaría, con mucho que arriesgar y perder, pero con la confianza que no hay peor lucha que la que no se hace.

Pero, Nico, aunque podemos seguir hablando de los demás, lo realmente importante es preguntar ¿en qué grupo estarás tú? Creo que es fácil ubicarse en el primer segmento, así que no creo que se necesiten instrucciones para tener membresía ahí.

Y para estar en guerra tampoco se requieren indicaciones, aunque una cosa puedo y debo advertirte: no es fácil, para nada. Sobre todo porque el más grande combate lo realizamos constantemente contra nosotros mismos, pues serás tú  quien decida si rendirse o no.

Luego de eso, deberás librar batallas contra las críticas de los demás (no contra ellos), contra pronósticos o teorías elaboradas sobre tu persona, contra la implacable vida y los sobresaltos que la acompañan, contra tus sentimientos y tus emociones, y contra el tan mencionado miedo. Realmente harás de tu historia, una ardua y laboriosa jornada.

Cada una de tus peleas te hará crecer, y te enseñará cosas nuevas para  tus próximas contiendas: los retos, aunque diferentes, nunca se acabarán, es hora de ir por ellos.

La única lección que todo peleador debe aprender, es que el objetivo del guerrero no es dañar, sino mejorar, y que la conquista no significa destruir a otros, sino edificar junto a ellos. 

Si tu corazón palpita por ir y pelear por cosas nuevas, grandes y mejores, en hora buena, pero no olvides ir y enseñarles a otros a pelear: que el guerrero no se quede en ti.

Si logras que otros se enteren que también pueden, entonces serás el mejor luchador.


Cuando todo se ponga difícil, aguarda, ponte en guardia, y da señales de guerra.

Por:
Carlos Eduardo Gómez 

domingo, 21 de julio de 2013

La naranja exprimida


Hola Nico, resulta que hoy voy a escribirte sobre algo que al parecer le trae problemas al 101% de la población mundial (Quizás exageré un poco con esas cifras elaboradas por mí): el pasado.

Todos, desde mucho antes de nacer tenemos una historia en la cual nos encontramos implícitos, y de la cual somos protagonistas desde el momento del alumbramiento.

Comenzamos a vivir, y a la vez iniciamos a descubrir, caminar, tropezar, perder, y ganar, todo compilado en un mismo cuento que nos constituye fundamentalmente. A excepción de este instante, todo lo que hayamos vivido a la fecha es parte de ese relato que llamamos pasado.

Tal y como suena, ello no es más que lo que ya sucedió y que de acuerdo a una imaginaria línea del tiempo ha quedado atrás.
Pero fuera de la amplia introducción que te he dado al respecto, la pregunta es ¿Por qué a veces nos causa un embrollo manejar o convivir con nuestro pasado?

Te voy a contar algo:

Recuerdo que en una ocasión, hace unos doce años, llevaron a casa de mi abuela, un inmenso saco de naranjas. Un saco, que en aquellos días, me hubiera sido imposible levantar. También recuerdo haberle dicho a tu bisabuela, que quería comerme una de las foráneas que habían llegado en aquel costal.

Mamá Eva, como la hemos llamado siempre, dijo: “Estoy segura que no te gustarán, son naranjas agrias, muy pero muy ácidas”; y por más que insistí y aseguré que sería capaz de comerme aquel cítrico completo, mi abuela dijo que no (cabe destacar que los frutos lucían completamente normales, como cualquier otro de su tipo).

Yo, que consideraba aquel un acto de injusticia, me imaginaba lo muy difícil que tendría que haber sido cargar con un saco tan pesado como aquel, con aquellas naranjas, que aunque ordinarias, eran más ácidas que casi cualquier otra de su familia.

Pero entre mis razonamientos infantiles y mi afán por jugar y crecer (como una natural contradicción), olvidé aquellos cuestionamientos.

Al día siguiente, al volver a casa de la escuela, justo a la hora del almuerzo, mi abuela puso frente a mí, un plato de comida de esos exquisitos que solo ella podía preparar, y lo acompañó con un delicioso jugo (de los mejores que he probado jamás), del cual bebí mucho, pero mucho.

A la tarde de aquel día, pregunté a Mamá Eva acerca del paradero de las naranjas (que habían desaparecido). Ella solo rió y dijo: “Te las has tomado en el almuerzo”.

Durante el resto de aquellas veinticuatro horas, me resultó muy complicado creer que un refresco tan bueno, hubiese salido de ellas, que según decían, eran de un sabor intolerable.

Años después, y con el afán de desmentirme, probé uno de aquellos tan controversiales frutos de mi infancia, y en efecto, eran agrios, ácidos, feos, horribles, espantosos al paladar.

Ahora, luego de una década de que aquello sucediera, comprendo la utilidad de las naranjas en cuestión, que son como el pasado de muchas personas: agrio a la memoria.

Cuando nuestra historia está llena de dolor ocasionado por las acciones de otros o por nuestras propias equivocaciones, solemos tomarla como una carga que pareciera inútil, y de la cual solo podemos lamentarnos por no haber actuado de otra forma o por no habernos encontrado en otras circunstancias.

Los episodios tristes y de dolor, pesan tanto como seguramente pesaba aquel saco lleno de acidez, que hasta parece comprensible parar a llorar (o fingir que nada de lo ya vivido aconteció, o tirarlo a la basura como al periódico), cuando existen tantas frutas dulces y apetecibles al paladar por ahí; cuando todo podría ser diferente de no tener el costal con lo que él contiene.

Lo mismo sucede con la gente que vive afanada en revivir triunfos de antaño, solo que ellos por el contrario llevan su carga con cierto orgullo, aunque les resulte tan pesada en la vida práctica, que no les permita ir y conquistar nuevos horizontes.

Todos tenemos dos alternativas: una es detenernos y hacer lamento por el costal (también podemos lamentarnos y fingir que no existe o que lo olvidamos) y la otra es utilizar las naranjas para hacer algo vital y sorpresivo como aquel jugo.

Nico, casi todos tenemos en nuestro pasado, episodios que no gustamos recordar, que no precisamente nos enorgullecen, o que nos resultan particularmente tristes. Son capítulos de los cuales es más fácil arrepentirnos.

Sí, en muchas ocasiones nuestro pasado es tan agrio al corazón, como aquellas naranjas resultaban al paladar. Pero como yo he dicho antes, siempre podemos sacar algo bueno: en aquellos recuerdos de mi abuela y de las naranjas pesadas y ácidas aquellas, se obtuvo una excelente y nutritiva bebida.

De igual manera, de tu pasado (sea como este sea), tu puedes obtener el mejor extracto para tu vida, algo que te nutra y te permita avanzar hacia cosas mejores; no se trata de botar el saco, ni de borrarlo del cuento, la cuestión está en sacarle lo necesario para hidratarte e ir por lo nuevo y mejor. Es cuestión de ir adelante.

Todos tienen sus propias, pesadas y acidas naranjas. Algunos viven cargándolas y llorando por poseerlas y otros se las beben, y con todo ello se permiten crecer.
Es complicado encontrar el uso que cada  cítrico de aquellos pueda tener en determinado momento de tu vida, pero dependiendo de tu disposición y actitud (que es como el azúcar para el jugo), podrás encontrarle tu propio sentido.
Si tu saco tiene naranjas o limones, bébetelos.
Si son rocas, edifica algo.
Si son cactus, haz un jardín.
Solo se trata de ver un poco más allá.

Cuando todo se ponga difícil, aguarda, seguro tu saco también tiene algo que se puede aprovechar.


 Por:
Carlos Eduardo Gómez

domingo, 30 de junio de 2013

Como lluvia bajo el sol

¿Has notado que a veces la tristeza nos visita sin que haya un motivo realmente concreto para tenerla por compañera?

A mí me ha pasado; sí, me ha pasado.

En la mayoría de las ocasiones nos sentimos tristes por alguna razón claramente definida; sin embargo en otras, dicho sentimiento ataca sin saber exactamente el porqué, mejor dicho, sin que exista un porqué.
Nos levantamos con ánimos bajos, y aun con buenos días encima, la tristeza se hace presente como llegada sin esperar; así: como lluvia bajo el sol.

Muy pocas veces sucede, pero en algunos días de invierno (inclusive del verano), con un sol brillante de atardecer, comienza a llover. ¡¡¡ Sí!!! Con el sol pleno de testigo la lluvia aparece, aun cuando las nubes que puedan provocarla sean muy pequeñas.

Curiosamente, (muy curiosamente) este tipo de lluvia no suele durar más que un par de minutos, sino es que segundos (al menos es lo que yo he visto en mis casi 21 años de vida), y así como llega, termina por irse.
Similares a este acontecimiento, son los días de tristeza repentina y sin motivo (creo que alguien puede estar triste sin motivo): no duran mucho, y así como llegan, se van. Y tras ellos solo puede aparecer el rico olor a tierra mojada y un calor casi fantástico que no puede más que disfrutarse en nuestro lado del mundo.

Y a veces, luego de esas gotas temerarias que retan al sol, también aparecen majestuosos arcoíris que tienden a lucir mejor que los de aquellos días grises con un firmamento cubierto de nubes negras.
Creo sinceramente que es parte de nuestra humanidad sentirnos tristes cada cuanto (aun sin razón aparente), pero, el reto es ver lo mejor en medio de esos ratos inesperados que a pesar de su carácter “sorpresivo” no pueden dejarnos más que cosas buenas.

Cuando lleguen esos días de tristeza repentina, hay tres cosas que me gustaría que tengas en mente respecto a ella:
·         No la dejes dirigir tus decisiones.
·         No dejes que afecte tus relaciones con los demás.
·     Aprovéchala, utilízala, domestícala y haz de ella una experiencia que esencialmente te sirva para crecer.

Seguro que si disfrutas esos espectáculos de la vida (humanos y naturales), también sabrás como afrontar los días completamente nublados o de larga tormenta (es curioso que las llamen “depresiones” tropicales). Digo, después de una fuerte y larga lluvia, por más catastrófica que sea, siempre he visto a la vida manifestarse en su máximo esplendor.

Sé que hay momentos difíciles de comprender, pero créeme, al final, siempre hay algo bueno detrás de todo. Sí, siempre termina saliendo el sol.


Cuando todo se ponga difícil, aguarda, y disfruta del arcoíris que viene después (sé que sabes a qué me refiero).



Por: 
Carlos Eduardo Gómez.


Colaboraciones especiales:
Gabriela Segovia.

Lesly Flores.





miércoles, 15 de mayo de 2013

Sin cuentas pendientes



Duras y útiles palabras las que debo decirte ahora; pueden sonar  tristes, quizás sobrecargadas de emoción, pero se necesitan más de veinte años duplicados  para descubrirlas.

Comencemos despacio: Estoy seguro que muchos te apreciarán, me sobran razones para pensar que una buena cantidad de personas te va a amar; si me han querido a mí, que tengo un humor de las cavernas, para ti será fácil hacer amigos.

Llegarás a conocer gente maravillosa que te ayudará a construir tus opiniones, te acompañará en las aventuras que desees emprender, que sabrá enseñarte cosas nuevas, tendrá palabras de aliento para ti, o simplemente aguardará a tu lado en silencio.
Esas personas, más que amigas, serán todos hermanos.
A ellos, cuídalos, respétalos, y hazles saber cuánto valen para ti. No te limites al momento de decirles lo importantes que son en tu vida.

Por otra parte, te irás dando cuenta que muchas personas llegan a nosotros como maestros y compañeros temporales y por diversos e innumerables motivos se van de nuestra vida  una vez han compartido algo de su tesoro personal; cuando han puesto su bloque ayudándonos a construir la historia propia.
No sabemos quiénes de los que amamos, nos acompañarán en todo el trayecto,  pero algunos de ellos, sin duda están destinados a acompañarnos únicamente en una parte, lo cual, para nada les resta importancia.

Te irás dando cuenta también, que muchas personas que salen de nuestra vida, lo hacen porque no supimos mostrarles lo relevantes que eran. A veces una acción o un error hacen que se establezcan murallas más infranqueables que la distancia misma. Pero más que los errores, lo que nos separa de los demás  es el orgullo.

Si uno de tus amigos te falla o te ofende y te pide perdón, no dudes en otorgárselo.  Si no reconoce su falta, entonces perdona también; hazle saber cuánto lo aprecias.
Si el que ha errado eres tú, entonces reconócelo, con humildad pide perdón y busca reparar el daño que has causado. No dejes que sea tu ego el que hable por ti.

Pero sobre todo, e independientemente  si eres el ofendido o el agresor, no olvides decirles a los demás cuanto los amas, y no dudes en hacerles ver que tú estarás ahí si te necesitan. Que sepan que siempre podrán encontrarte; como un marinero al faro. Deja tu orgullo a un lado, no pierdas un tesoro solo por detenerte a contemplar tu reflejo en el agua.
Porque puede que un día te des cuenta que has perdido a alguien para siempre.

Deshazte del rencor y desarma en pedazos tu egoísmo; no cambies los regalos que la vida te ha dado, por la soberbia solitaria e inútil.
Si te han hecho daño, borra los saldos de los demás. Si has lastimado, reconoce tu falta y resarce el daño. No tengas cuentas pendientes, disfrutarás más el camino si así lo haces, y podrás sentirte satisfecho de haber actuado con honor.

Cuando todo se ponga difícil, aguarda, seguro no querrás dejarlos ir.

Por: @cared2011 @lunita725

viernes, 10 de mayo de 2013

Ella es así


Nico, un día conocerás a una mujer que me deja sin palabras constantemente, que me muestra que una vida llena de amor puede transformar todo a su alrededor y que enseña con el ejemplo que se debe luchar por lo que se ama.

Un día Nico, un día... tendrás el placer de conocerla. 
Me refiero a Doña( porque ella es una señora de respeto) Clara Luz Estrada, a quien un día podrás llamar con gusto: abuela.

Hoy, por ser el día de las madres, te comparto algo que le escribí  unos cuantos meses atrás, como muestra de agradecimiento y amor, por el simple hecho de amarme sin final.

"Ella es así:
Sonríe aun cuando los tiempos son malos, ella dice que agradecer es mejor que lamentar.
Ella me comprende aun cuando yo creo que no entenderá nada. Es la que antes mis problemas dice: “Yo siempre te voy a cuidar”
Es quien soporta mis llantos, y se preocupa por secar las lágrimas cuando las cosas no van bien. Es la que ve mis competencias, fingiendo que no le preocupa que pueda perder, pero se mantiene lista para repartir abrazos cuando ve mi rostro de frustración ante una inesperada derrota. Ella es la única que no me calla cuando me escucha cantar por las mañanas como si me encontrara en medio del desierto. Es la que más rápido puede descubrir cuando he tenido un mal día,  con solo verme a los ojos.
Ante algunas de mis confesiones (que podrían resultarle dolorosas), ella dice: “Te amo, y eso no va a cambiar”. Es quien festeja cada uno de mis triunfos, diciéndome que nunca olvide agradecer a Dios porque a Él debo, total y completamente, cada uno de mis logros. Ella, con su enorme carisma y forma diplomática de actuar, me ha mostrado que el dialogo siempre nos permite encontrar soluciones.
Siempre dice que la familia debe amarse para mantenerse unida, y hace de todo para asegurar que no se rompan los lazos que nos hacen ser un equipo; me ha enseñado que el perdón, es algo que se debe otorgar sin que sea solicitado, y que la envidia no hace más que estancarnos en la consecución de los objetivos propios. Ella, es de las que prefiere ver las virtudes, y no los defectos de los demás.
Es de las que hacen que sus ideas se transformen en realidades, de las que no tienen miedo a sostener sus opiniones, y comprende que defender, no es necesariamente, sinónimo de pelear. Ella me ha mostrado que la mejor forma de ser valiente, es siendo responsable. Me ha enseñado que vale la pena dejar la vida en el intento de alcanzar nuestros sueños, y que estos, siempre deben estar debidamente confiados a Dios.
Ella, es de las que hacen de su trabajo, una forma única y sencilla de cambiar el mundo. Sin duda, es de las que pueden mostrar, sin decir una palabra, cuanto aman lo que hacen. Es una guerrera de siempre, que enseña, a través de su ejemplo, que nunca es muy difícil marcar una diferencia en el entorno que nos rodea.  Ella, con su valentía de peleador medieval, es a la vez, la mejor ejemplificación de cómo una vida llena de amor puede ser una poderosa arma de transformación de las circunstancias.
Finalmente, es quien sin recitar la biblia de memoria (aunque la sabe), ha sido mi mejor ejemplo de una vida cristiana, reflejada en el amor incondicional a Dios y expresada en las acciones hacia cada una de las personas que nos rodea. Sin palabras, ha sabido decirme, que tome mi cruz, y siga a Cristo. 
Hoy, con muchas razones (que a ella le parecerían desarticulables), puedo decir que me gustaría ser como ella algún día. Porque sé que si sigo su ejemplo, voy por buen camino. Mi petición del día es clara. Clara, tal como ella.
Mi petición del día, es ser como mi mamá.
Te amo Clara Estrada."

Cuando todo se ponga difícil, aguarda, seguro ella tendrá palabras para ti.

Ahí abajo, te la presento, con el que ella llama "su primer nieto" (Koda bebé)


Por: @cared2011

jueves, 9 de mayo de 2013

Listos para aceptar


Nico, hoy te dejo una pequeña reflexión que escribí hace varios meses ya, unos días después de haber recibido una noticia que me resultó muy dolorosa.
Espero que entiendas lo que quise decir, pero en cualquier caso, yo aclararé tus dudas.
Aquí está:

"A veces creemos que estamos listos para recibir cualquier noticia. Por alguna razón  deseamos pasar por hombres de hierro, y hasta nos atribuimos habilidades sobrenaturales, pensando que nada de lo que esta por decirse podría afectarnos.
Resulta curioso que en ocasiones, incluso llegamos a pensar que el tiempo es mejor que Dios para sanar las heridas del pasado, y nos asumimos como hombres y mujeres sanos, cuando realmente necesitamos la medicina de la vida.
Llegamos a crear el diagnostico, sin haber evaluado el mal.
Y dejamos de darnos cuenta, que aun nos falta mucho para ser capaces de aceptar.
Hace poco, me encontré en la situación dramática  de tener que enfrentar noticias que creía, estaba listo para escuchar, confiando únicamente en el tiempo que había tenido para hacerme a la idea de lo que parecía una inevitable realidad.
Y me di cuenta, que el tiempo realmente no cura nada. El tiempo es incapaz de reparar corazones heridos, mentes llenas de recuerdos dolorosos y vidas tristes.
Comprendí que las propiedades medicinales de cronos, son más mentira que verdad, por no decir que todo es falso.
Y es que, cuando llegamos a pensar que estamos listos, es porque distamos realmente de estarlos.
No son los días, ni los meses o años transcurridos, los que preparan al ser humano para aceptar noticias o hechos dolorosos.
Tampoco es quemar cartas, fotos o recuerdos, lo que libera de la carga emocional del pasado cruzado en el presente (aunque ayuda).
Ni siquiera, la idea de llenar el hueco con actividades innumerables de "reencuentro" pueden darle al ser humano lo que necesita para ser capaz de aceptar.
Hoy por hoy, he descubierto mi propia respuesta, para iniciar un proceso de aceptación de aquellas cosas que nunca quisimos o esperamos que pasaran, ya sea porque parecían improbables, o porque simplemente nos negabamos a verlas.
Y es que este paso fundamental, no se inicia, dándole al tiempo el protagonico, tampoco realizando recortes masivos  o efectuando contrataciones de actividades sustitutas.
La aceptación y superación de aquello que duele, empieza cuando,(irónicamente) aceptamos, todo lo que puede hacernos felices.
Es decir, cuando le ponemos el ojo encima, a los regalos que Cristo tiene y ha tenido preparados siempre para cada uno.
La luz del sol en invierno, que hasta parece más cálida y vivificante, las lentas y enormes nubes que son como las tortugas voladoras del firmamento, los colores del cielo al atardecer, el viento que hasta parece cariñoso y coqueto anunciando la lluvia, todo eso, y una infinidad de cosas más, son las que podemos empezar por asumir como obsequios propios, y así quizá, aquellos acontecimientos dolorosos, que son tan propios como todo lo anterior, sean altamente aceptables y a la vez desestimables dentro de la gama de cosas nuevas, de las que luego del primer paso, nos sabemos acreedores.
No está de más elevar un pequeño canto de gratitud por todas esas cosas que aun duelen, porque nos muestran que aun no hemos perdido la sensibilidad y que nuestros corazones aun laten al mismo ritmo de antes, bombeando el oxigeno nuevo y fresco a cada parte de nuestro cuerpo.
No está de más, agradecer por aquello que toca las heridas propias, porque el dolor que sentimos, nos refiere claramente donde un medico mejor que el tiempo mismo. A Jesús. Y en Él, si hay corazones, mentes y vidas nuevas, disponibles para nosotros" (5/09/2012)

Cuando todo se ponga difícil, aguarda, hay muchas cosas buenas esperando por ti.

Por: @cared2011