miércoles, 28 de agosto de 2013

Carta para Carlos

Carlos:

Después de unos cuantos veranos, has llegado a tu cumpleaños número 21. Menuda cosa llegar hasta aquí, ¿cierto?

Hay que saberte de a centímetros para comprender que esto ha sido tu propio y profundo reto, todos los días, durante más de dos décadas ya.  Sé que hubo días en los que tuviste que llorar los que habían sido tragos amargos de la vida, pero también conozco que luego de cada inundación por llanto, te levantaste a labrar el terreno que había quedado fértil e hidratado para los nuevos proyectos.

Estoy enterado también que en menos de dos años, tuviste que plantarle cara fuerte a los sucesos, y aprender a comprenderte indefenso ante algunas situaciones. Sería muy largo tratar de escribirte sobre todo lo que has vivido, pero si de tus últimos 730 días hablamos, sé que podríamos gastar mares de tinta desenmarañando el nudo de cosas que has sobrellevado.

Pero, Carlos, mírate, aun estas aquí, de pie, fuerte, y esforzándote en tus proyectos más que el primer día. Aun estás sudando con coraje el esfuerzo puesto en cada cosa que haces, y que te empeñas obstinadamente en hacer cada vez mejor. No hubo lágrimas, ni decepciones, ni confesiones, ni miedos, ni verdades que lograran detenerte hasta ahora. Me permito aplaudirte por eso.

“Nunca será fácil”, te he visto escribirlo en repetidas ocasiones, y ahora te lo recuerdo con especial cariño.
Yo por mi parte, solo puedo decir, que te admiro profundamente. Te admiro con la sinceridad con que se admira a aquellas personas de las que se desea aprender. Quisiera poder decirte que hay cosas que solo fueron un sueño y nunca pasaron en  realidad, pero sé que ya las has enlistado como parte de tu aprendizaje, y me parece abusivo querer quitártelas.

Quisiera decir que cada vez que tuviste que llorar, reconociendo la verdad con la mirada hacia el suelo, fue solo una broma que los demás quisimos jugarte, pero sé también que eso te dio la fuerza, el coraje y la profunda determinación que hoy, yo tanto aprecio de vos.

Me gustaría decir que todo lo que fue difícil,  es solo un mito de esos que se cuentan en El Salvador, pero sé que cada guerra que libraste, es la que ahora te permite tener la gallardía de un guerrero de la vida. Sí, de esos que nunca dejan de aprender.

Y luego de hablar de batallas, solo puedo enorgullecerme de tus triunfos en cada una de ellas. Porque de cada golpe, siempre has sacado una victoria, y como todo buen peleador, has ido y te has embarcado rumbo a nuevas aventuras.

Gracias Carlos, por recordarme que debo seguir creyendo, y por enseñarme con cada una de tus guerras, que no hay excusa para no luchar. Gracias por recordarme con tu sonrisa empapada en lágrimas que no hay motivos que basten para perder la esperanza y para rendirse aun cuando nos encontramos vagando sin saber qué camino tomar exactamente.

Gracias por mostrarme que no hay motivos para olvidar  al amor y que no hay argumentos para no llevarlo por bandera cada día que vivimos. Y finalmente, gracias por recordarme que para amar a los demás, el amor debe empezar por uno mismo. Por traerme a cuenta  que “amar al prójimo”  debe  estar bien ligado con el “como a ti mismo”

Gracias Carlos, por seguir en pie de lucha.

Ahora solo me permito recordarte, que las cosas aún se pueden hacer mejor, así que adelante. Espero tener cosas buenas y maravillosas para escribirte el próximo 28 de agosto, allá en 2014.
Felicidades Campeón.

Un profundo y cariñoso abrazo de mi parte.



Carlos Eduardo Gómez Estrada.



Por:




sábado, 17 de agosto de 2013

Señales de guerra


"Combatirse a sí mismo es la guerra más difícil; vencerse a sí mismo es la victoria más bella."
Friedrich von Logau

En veinte años he visto desfilar a muchas víctimas de la vida, personas que van llorando a mares la crueldad de sus circunstancias, gente entonando tristes cantos resultado de la indiferencia, y a otros, simplemente estancados en el argumento de la “dificultad” de las cosas. Tú los habrás visto ya, abundan, y siempre pregonan un mensaje donde las victorias de otros son producto únicamente, de las condiciones ventajosas y pseudo divinas que los favorecieron.

Contrarios a estas grandes masas que he atestiguado durante años, existen por ahí (con notoria escasez) otros individuos, que aunque lucen similares a los del primer grupo, tienen una característica particular (lo que sigue no depende de mi condición de atleta): parecen estar siempre en guardia, y si no están así, es porque están librando interesantes y profundas batallas, no con certeza de victoria, pero con indiscutible voluntad.

Lo curioso del caso, es que no hay nada en los antecedentes de ambos grupos, que abra caminos separados para llegar a los diferentes destinos en los que se encuentran. Todos tuvieron circunstancias difíciles (de uno u otro tipo, pero las tuvieron), perdieron batallas o lloraron derrotas. Todos también, tuvieron oportunidades (algunos temporales y otros permanentes), pudieron haber tomado decisiones distintas, o abordado diferentes medios para llegar a donde lo hicieron.

Y entonces, ¿Qué pasó?

Pues, no puedo universalizar lo que estoy a punto de decir, pero en veinte años, nadie ha escapado a la regla.

Lo que pasó fue que, algunos hicieron de sus circunstancias las más grandes derrotas, y otros hicieron la guerra con ellas. Algunos perdieron batallas y se retiraron del campo, otros fueron, tomaron una nueva armadura, y buscaron seguir con la pelea; sin entregar un solo round.

La única diferencia, fue la decisión y determinación que cada uno tuvo frente a la vida, algunos se acobardaron y tomaron el lamento como excusa para no afrontarla, mientras que  el resto le dio señales de guerra… Y ahí es donde todo se puso interesante.

 Los del grupo de luchadores, tomaron el desafío de librar cruentas y encarnizadas batallas contra cada reto que la vida les presentó, a pesar de haber perdido o no, alguna de ellas con anterioridad. Con heridas, rasguños, o marcadas cicatrices, tomaron siempre sus armas y fueron adelante. Sin saber que pasaría, con mucho que arriesgar y perder, pero con la confianza que no hay peor lucha que la que no se hace.

Pero, Nico, aunque podemos seguir hablando de los demás, lo realmente importante es preguntar ¿en qué grupo estarás tú? Creo que es fácil ubicarse en el primer segmento, así que no creo que se necesiten instrucciones para tener membresía ahí.

Y para estar en guerra tampoco se requieren indicaciones, aunque una cosa puedo y debo advertirte: no es fácil, para nada. Sobre todo porque el más grande combate lo realizamos constantemente contra nosotros mismos, pues serás tú  quien decida si rendirse o no.

Luego de eso, deberás librar batallas contra las críticas de los demás (no contra ellos), contra pronósticos o teorías elaboradas sobre tu persona, contra la implacable vida y los sobresaltos que la acompañan, contra tus sentimientos y tus emociones, y contra el tan mencionado miedo. Realmente harás de tu historia, una ardua y laboriosa jornada.

Cada una de tus peleas te hará crecer, y te enseñará cosas nuevas para  tus próximas contiendas: los retos, aunque diferentes, nunca se acabarán, es hora de ir por ellos.

La única lección que todo peleador debe aprender, es que el objetivo del guerrero no es dañar, sino mejorar, y que la conquista no significa destruir a otros, sino edificar junto a ellos. 

Si tu corazón palpita por ir y pelear por cosas nuevas, grandes y mejores, en hora buena, pero no olvides ir y enseñarles a otros a pelear: que el guerrero no se quede en ti.

Si logras que otros se enteren que también pueden, entonces serás el mejor luchador.


Cuando todo se ponga difícil, aguarda, ponte en guardia, y da señales de guerra.

Por:
Carlos Eduardo Gómez