domingo, 21 de julio de 2013

La naranja exprimida


Hola Nico, resulta que hoy voy a escribirte sobre algo que al parecer le trae problemas al 101% de la población mundial (Quizás exageré un poco con esas cifras elaboradas por mí): el pasado.

Todos, desde mucho antes de nacer tenemos una historia en la cual nos encontramos implícitos, y de la cual somos protagonistas desde el momento del alumbramiento.

Comenzamos a vivir, y a la vez iniciamos a descubrir, caminar, tropezar, perder, y ganar, todo compilado en un mismo cuento que nos constituye fundamentalmente. A excepción de este instante, todo lo que hayamos vivido a la fecha es parte de ese relato que llamamos pasado.

Tal y como suena, ello no es más que lo que ya sucedió y que de acuerdo a una imaginaria línea del tiempo ha quedado atrás.
Pero fuera de la amplia introducción que te he dado al respecto, la pregunta es ¿Por qué a veces nos causa un embrollo manejar o convivir con nuestro pasado?

Te voy a contar algo:

Recuerdo que en una ocasión, hace unos doce años, llevaron a casa de mi abuela, un inmenso saco de naranjas. Un saco, que en aquellos días, me hubiera sido imposible levantar. También recuerdo haberle dicho a tu bisabuela, que quería comerme una de las foráneas que habían llegado en aquel costal.

Mamá Eva, como la hemos llamado siempre, dijo: “Estoy segura que no te gustarán, son naranjas agrias, muy pero muy ácidas”; y por más que insistí y aseguré que sería capaz de comerme aquel cítrico completo, mi abuela dijo que no (cabe destacar que los frutos lucían completamente normales, como cualquier otro de su tipo).

Yo, que consideraba aquel un acto de injusticia, me imaginaba lo muy difícil que tendría que haber sido cargar con un saco tan pesado como aquel, con aquellas naranjas, que aunque ordinarias, eran más ácidas que casi cualquier otra de su familia.

Pero entre mis razonamientos infantiles y mi afán por jugar y crecer (como una natural contradicción), olvidé aquellos cuestionamientos.

Al día siguiente, al volver a casa de la escuela, justo a la hora del almuerzo, mi abuela puso frente a mí, un plato de comida de esos exquisitos que solo ella podía preparar, y lo acompañó con un delicioso jugo (de los mejores que he probado jamás), del cual bebí mucho, pero mucho.

A la tarde de aquel día, pregunté a Mamá Eva acerca del paradero de las naranjas (que habían desaparecido). Ella solo rió y dijo: “Te las has tomado en el almuerzo”.

Durante el resto de aquellas veinticuatro horas, me resultó muy complicado creer que un refresco tan bueno, hubiese salido de ellas, que según decían, eran de un sabor intolerable.

Años después, y con el afán de desmentirme, probé uno de aquellos tan controversiales frutos de mi infancia, y en efecto, eran agrios, ácidos, feos, horribles, espantosos al paladar.

Ahora, luego de una década de que aquello sucediera, comprendo la utilidad de las naranjas en cuestión, que son como el pasado de muchas personas: agrio a la memoria.

Cuando nuestra historia está llena de dolor ocasionado por las acciones de otros o por nuestras propias equivocaciones, solemos tomarla como una carga que pareciera inútil, y de la cual solo podemos lamentarnos por no haber actuado de otra forma o por no habernos encontrado en otras circunstancias.

Los episodios tristes y de dolor, pesan tanto como seguramente pesaba aquel saco lleno de acidez, que hasta parece comprensible parar a llorar (o fingir que nada de lo ya vivido aconteció, o tirarlo a la basura como al periódico), cuando existen tantas frutas dulces y apetecibles al paladar por ahí; cuando todo podría ser diferente de no tener el costal con lo que él contiene.

Lo mismo sucede con la gente que vive afanada en revivir triunfos de antaño, solo que ellos por el contrario llevan su carga con cierto orgullo, aunque les resulte tan pesada en la vida práctica, que no les permita ir y conquistar nuevos horizontes.

Todos tenemos dos alternativas: una es detenernos y hacer lamento por el costal (también podemos lamentarnos y fingir que no existe o que lo olvidamos) y la otra es utilizar las naranjas para hacer algo vital y sorpresivo como aquel jugo.

Nico, casi todos tenemos en nuestro pasado, episodios que no gustamos recordar, que no precisamente nos enorgullecen, o que nos resultan particularmente tristes. Son capítulos de los cuales es más fácil arrepentirnos.

Sí, en muchas ocasiones nuestro pasado es tan agrio al corazón, como aquellas naranjas resultaban al paladar. Pero como yo he dicho antes, siempre podemos sacar algo bueno: en aquellos recuerdos de mi abuela y de las naranjas pesadas y ácidas aquellas, se obtuvo una excelente y nutritiva bebida.

De igual manera, de tu pasado (sea como este sea), tu puedes obtener el mejor extracto para tu vida, algo que te nutra y te permita avanzar hacia cosas mejores; no se trata de botar el saco, ni de borrarlo del cuento, la cuestión está en sacarle lo necesario para hidratarte e ir por lo nuevo y mejor. Es cuestión de ir adelante.

Todos tienen sus propias, pesadas y acidas naranjas. Algunos viven cargándolas y llorando por poseerlas y otros se las beben, y con todo ello se permiten crecer.
Es complicado encontrar el uso que cada  cítrico de aquellos pueda tener en determinado momento de tu vida, pero dependiendo de tu disposición y actitud (que es como el azúcar para el jugo), podrás encontrarle tu propio sentido.
Si tu saco tiene naranjas o limones, bébetelos.
Si son rocas, edifica algo.
Si son cactus, haz un jardín.
Solo se trata de ver un poco más allá.

Cuando todo se ponga difícil, aguarda, seguro tu saco también tiene algo que se puede aprovechar.


 Por:
Carlos Eduardo Gómez