Hola Nico, resulta que hoy voy a
escribirte sobre algo que al parecer le trae problemas al 101% de la población
mundial (Quizás exageré un poco con esas cifras elaboradas por mí): el pasado.
Todos, desde mucho antes de nacer
tenemos una historia en la cual nos encontramos implícitos, y de la cual somos
protagonistas desde el momento del alumbramiento.
Comenzamos a vivir, y a la vez
iniciamos a descubrir, caminar, tropezar, perder, y ganar, todo compilado en un
mismo cuento que nos constituye fundamentalmente. A excepción de este instante,
todo lo que hayamos vivido a la fecha es parte de ese relato que llamamos
pasado.
Tal y como suena, ello no es más
que lo que ya sucedió y que de acuerdo a una imaginaria línea del tiempo ha
quedado atrás.
Pero fuera de la amplia
introducción que te he dado al respecto, la pregunta es ¿Por qué a veces nos
causa un embrollo manejar o convivir con nuestro pasado?
Te voy a contar algo:
Recuerdo que en una ocasión, hace
unos doce años, llevaron a casa de mi abuela, un inmenso saco de naranjas. Un
saco, que en aquellos días, me hubiera sido imposible levantar. También
recuerdo haberle dicho a tu bisabuela, que quería comerme una de las foráneas que
habían llegado en aquel costal.
Mamá Eva, como la hemos llamado
siempre, dijo: “Estoy segura que no te gustarán, son naranjas agrias, muy pero
muy ácidas”; y por más que insistí y aseguré que sería capaz de comerme aquel cítrico
completo, mi abuela dijo que no (cabe destacar que los frutos lucían completamente
normales, como cualquier otro de su tipo).
Yo, que consideraba aquel un acto
de injusticia, me imaginaba lo muy difícil que tendría que haber sido cargar
con un saco tan pesado como aquel, con aquellas naranjas, que aunque
ordinarias, eran más ácidas que casi cualquier otra de su familia.
Pero entre mis razonamientos
infantiles y mi afán por jugar y crecer (como una natural contradicción),
olvidé aquellos cuestionamientos.
Al día siguiente, al volver a
casa de la escuela, justo a la hora del almuerzo, mi abuela puso frente a mí,
un plato de comida de esos exquisitos que solo ella podía preparar, y lo
acompañó con un delicioso jugo (de los mejores que he probado jamás), del cual
bebí mucho, pero mucho.
A la tarde de aquel día, pregunté
a Mamá Eva acerca del paradero de las naranjas (que habían desaparecido). Ella
solo rió y dijo: “Te las has tomado en el almuerzo”.
Durante el resto de aquellas
veinticuatro horas, me resultó muy complicado creer que un refresco tan bueno,
hubiese salido de ellas, que según decían, eran de un sabor intolerable.
Años después, y con el afán de
desmentirme, probé uno de aquellos tan controversiales frutos de mi infancia, y
en efecto, eran agrios, ácidos, feos, horribles, espantosos al paladar.
Ahora, luego de una década de que
aquello sucediera, comprendo la utilidad de las naranjas en cuestión, que son como
el pasado de muchas personas: agrio a la memoria.
Cuando nuestra historia está
llena de dolor ocasionado por las acciones de otros o por nuestras propias equivocaciones,
solemos tomarla como una carga que pareciera inútil, y de la cual solo podemos
lamentarnos por no haber actuado de otra forma o por no habernos encontrado en otras
circunstancias.
Los episodios tristes y de dolor,
pesan tanto como seguramente pesaba aquel saco lleno de acidez, que hasta
parece comprensible parar a llorar (o fingir que nada de lo ya vivido
aconteció, o tirarlo a la basura como al periódico), cuando existen tantas
frutas dulces y apetecibles al paladar por ahí; cuando todo podría ser
diferente de no tener el costal con lo que él contiene.
Lo mismo sucede con la gente que
vive afanada en revivir triunfos de antaño, solo que ellos por el contrario llevan su carga con cierto orgullo, aunque les resulte tan pesada en la vida práctica,
que no les permita ir y conquistar nuevos horizontes.
Todos tenemos dos alternativas:
una es detenernos y hacer lamento por el costal (también podemos lamentarnos y
fingir que no existe o que lo olvidamos) y la otra es utilizar las naranjas
para hacer algo vital y sorpresivo como aquel jugo.
Nico, casi todos tenemos en
nuestro pasado, episodios que no gustamos recordar, que no precisamente nos
enorgullecen, o que nos resultan particularmente tristes. Son capítulos de los
cuales es más fácil arrepentirnos.
Sí, en muchas ocasiones nuestro
pasado es tan agrio al corazón, como aquellas naranjas resultaban al paladar. Pero
como yo he dicho antes, siempre podemos sacar algo bueno: en aquellos recuerdos
de mi abuela y de las naranjas pesadas y ácidas aquellas, se obtuvo una
excelente y nutritiva bebida.
De igual manera, de tu pasado
(sea como este sea), tu puedes obtener el mejor extracto para tu vida, algo que
te nutra y te permita avanzar hacia cosas mejores; no se trata de botar el
saco, ni de borrarlo del cuento, la cuestión está en sacarle lo necesario para
hidratarte e ir por lo nuevo y mejor. Es cuestión de ir adelante.
Todos tienen sus propias, pesadas
y acidas naranjas. Algunos viven cargándolas y llorando por poseerlas y otros
se las beben, y con todo ello se permiten crecer.
Es complicado encontrar el uso
que cada cítrico de aquellos pueda tener
en determinado momento de tu vida, pero dependiendo de tu disposición y actitud
(que es como el azúcar para el jugo), podrás encontrarle tu propio sentido.
Si tu saco tiene naranjas o
limones, bébetelos.
Si son rocas, edifica algo.
Si son cactus, haz un jardín.
Solo se trata de ver un poco más
allá.
Cuando todo se ponga difícil, aguarda,
seguro tu saco también tiene algo que se puede aprovechar.
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Colaboraciones especiales:
Gabriela Segovia
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