Se levantó temprano, cuando
apenas comenzaba a salir el sol; había decidido que ese día se convertiría en
hechicero.
En aquel quince de octubre en
particular, los ánimos le habían amanecido dormidos, porque después de tanto
llanto de la noche recién pasada, apenas tenía la capacidad de sentir algo. Sin
embargo estaba tan determinado, que a pesar de su anestesiado humor matutino,
inició con la preparación de todos los materiales para elaborar la poción.
Todos sabían que estaban en
octubre menos él. Llevaba casi seis meses en los que justo a las nueve de la
noche, comenzaba a llorar. Varias hojas del calendario habían caído del árbol
del tiempo y ya nadie se preocupaba por buscarlo, conocían el motivo de su
llanto y reclusión: había perdido al amor de su vida, mejor dicho, el amor de
su vida se había ido justo cuando él estaba amando más.
Todos conocían que Danilo lloraba
por un amor, pero nadie comprendía que realmente pasaba hasta la madrugada
sollozando por dos.
Tomó despacio las hierbas, y el
olor de la ruda le comenzó a despertar el corazón, que de nuevo le comenzó a
llenar los ojos de lágrimas.
La decisión de buscar en la magia
la solución, surgió luego de aquella noche en que la soledad de la habitación y
el frasco de pastillas en su mano lo convencieron de quitarse la vida, en ese
episodio que se constituyó su primer intento fallido de suicidio. La
desesperante idea de una vida sin su amor de siempre, lo llevó primero a querer
matarse, luego a querer seguir, y finalmente a probar con la poción para que el
cariño surgiera de nuevo, o si no rellenarse los sesos con una bala.
Luego de poner aquel grupo de
extrañas y olorosas hojas en un lugar adecuado, tomo la olla y el polvo café
que había comprado a la anciana de sombría y sabia apariencia que se había
vuelto su mentora. Era ella quien le sugirió la fórmula adecuada y le dijo con
confiadas palabras: unas gotas bastarán para recuperar al verdadero amor de tu
vida.
Tuvo que creerle; él no sabía
nada de magia y en el caso que la poción no funcionara, Danilo se quitaría la
vida.
Por eso tenía miedo, por eso le temblaban las
manos mientras veía los borbollones del agua hirviendo en la olla, por eso
sentía que la vida se le iba mientras agregaba despacio cada una de las hojas
de las extrañas plantas; por eso sentía que tenía que funcionar… porque aunque
nadie lo supiera, estaba cansado de llorar y de tener que entregarse al sueño
hasta que ya el cuerpo quedaba agotado de derramar lágrimas.
Porque aunque nadie comprendiera,
él se había entregado en un amor que nadie supo valorar. Tuvo que perder el
miedo del abandono de casi cualquiera que le importara, para poder amar con
libertad; para que pudieran estar juntos.
Y al final, se quedó solo, porque
lo único que no hubo fue un “juntos”.
Ya aquella hirviente sustancia
tomaba forma, y él ya sabía cómo la haría llegar a su destino final.
La anciana le había dicho, que a
veces la magia actúa mejor de lo que se espera, cuando se cree con fuerza. Le
dijo que de todas sus fórmulas secretas, esa era la más valiosa, y que ella,
también había recuperado el amor de su más grande amante utilizándola. Era lo
único que lo perturbaba, porque la bruja parecía sabia, parecía comprensiva y
vieja, pero no lesbiana.
De pronto, el fuego que hacía
burbujear la mezcla se apagó. La perrilla de la cocina seguía abierta.
Respiró y no tuvo más miedo, pero
casi pudo sentir a la muerte respirarle en el cuello. Solo faltaba un paso: el
mismo debía lavarse el rostro con aquella olorosa y mal colorida sustancia.
Salió al patio y se dio cuenta
que las nubes no habían dejado al sol brillar aquella mañana. Vio la mezcla ya
menos caliente en un nuevo recipiente, comenzó a tomarla despacio entre sus
manos y a lavar con ella su cara. Mientras lo hacía, de nuevo comenzó a llorar;
esta vez, sin dolor.
Lloró y lloró, mientras iba
comprendiendo.
Supo que todo estaría mejor, pero
siguió llorando mientras entendía todo.
Lloró por horas, por las horas
que había pasado llorando. Y se fue descubriendo a sí mismo en cada lágrima. Lloró porque descubrió que el hombre que
amaba se había fugado porque no quería ver como se destruía encerrado en la
habitación.
Lloró porque supo que él se había
ido mientras lo veía llorar por alguien más. Lloró porque decidió que había
querido ser hechicero para recuperar un amor que no era el que debía buscar.
Lloró porque siempre se había
considerado muy inteligente, y sin embargo pasó meses en lo oscuro del cuarto
buscando a quien no era. Lloró porque ahora finalmente, se reencontraba con su
verdadero amor.
Lloró porque quería seguir
llorando… y cuando volvió en sí, estaba tirado en el suelo del jardín, con la ropa
mojada; al parecer había llovido mientras se hacía de noche. Algunas estrellas le adornaban la conclusa
jornada de llanto.
Se acurrucó, y despacio comenzó a
agradecer mientras veía el firmamento.
Había recuperado al amor de su
vida, pues estaba, en aquella noche, amándose de nuevo con Danilo.
Se levantó; eran las ocho
cincuenta y nueve cuando se tiró a la cama completamente sucio pero tranquilo.
A las nueve, se quedó dormido.
Por:
Carlos Eduardo Gómez Estrada