sábado, 27 de septiembre de 2014

De mi mejor viaje


“Nuestro destino de viaje nunca es un lugar, sino una nueva forma de ver las cosas”.


Henry Miller


Recuerdo que cuando puse un pie por primera vez en la que hoy es mi alma máter, no tenía ni la más mínima idea sobre mi vocación profesional, pero había una casualidad muy bien planeada que permitió que luego de un sencillo juego de azar, yo terminara estudiando turismo.
Lima, Perú 2013

Recuerdo que en mi familia, donde las profesiones humanísticas imperan, la idea de que yo decidiera incursionar en una carrera bastante novedosa y aparentemente inestable no fue recibida con total agrado, sin embargo, la también imperante madurez de todos, me permitió comenzar con pie derecho ese viaje académico que hoy, casi cinco años después, esta por concluir. 

Si alguien me preguntara si tuve miedo al momento de comenzar, respondería sin duda que sí, y añadiría con franqueza que aun ahora me siento apabullado ante la idea de dar algún aporte a una actividad que no solo mueve las economías nacionales y locales al rededor del mundo, sino que también se constituye en una forma de crecimiento, aprendizaje personal y de entendimiento entre los pueblos que entran en contacto.

Antigua Guatemala, Guatemala 2013
Fuera de tratar de demostrar en una pequeña entrada de blog el poder económico del turismo, que está de más comprobado, me gustaría abordar bajo mi propia vivencia lo que yo considero el poder transformador del turismo para el individuo.

Ni siquiera puedo describir enteramente todo lo que la experiencia de viaje significa. La posibilidad de sumergirse en un entorno nuevo, de saberse frente a una experiencia de aprendizaje eminentemente practica y sobre todo, la magia de descubrir esas raíces comunes a toda la humanidad que permiten entablar relaciones con personas con hábitos, tradiciones y religiones totalmente diferentes a las del visitante. 

La comprensión que puede generar un viaje puede permitir erradicar el odio o la xenofobia imperante en un colectivo, ayudar a erradicar odios del pasado y a unir a pueblos que se han encontrado separados únicamente por ideas difundidas sin cuestionamiento alguno. 

El turismo, es una posibilidad abierta para el encuentro propio a través del encuentro con el otro y su patrimonio, y por tanto, así como se valora el auto encuentro, se valora al otro y su entorno como algo que debe ser atesorado y resguardado con respeto.

San Sebastian, El Salvador 2013
Por su parte, el receptor tiene la oportunidad de conocer nuevas visiones y estilos de vida, y profundizar así en la valoración de su propia cotidianidad e historia como algo que lo identifica y le otorga sentido dentro de la pequeña y a la vez gran aldea global. 
Me siento orgulloso de ser parte de la industria sin chimeneas, pero sobre todo me siento orgulloso de ser parte de una actividad que con profunda nobleza, se constituye en un camino de paz y entendimiento entre los pueblos. 

En el día internacional del turismo, felicito a todos aquellos que con profundo amor se dedican a la actividad, ya sea como planificadores, gestores, receptores, empresarios o simples amantes de la apasionante aventura que representa emprender un viaje. 

Con cariño



Por:
Carlos Eduardo Gómez 
cared1992@gmail.com





domingo, 21 de septiembre de 2014

Marta

Subió al autobús, cargada con los años que ya sumaban medio siglo y no esperó nunca que aquel día el destino le jugara una broma tan particular.
Tomó un asiento al lado de la ventana y desde ahí vio a Ricardo que abrazaba a su hija en aquel amanecer tan frío. Sonrió contenta de tenerlos en su vida, pues ellos le habían ayudado a encontrar el sentido al nudo que en algún momento había sido ella misma.

Tener una profesión no le había asegurado para nada tener un trabajo en la capital con un horario de ocho a cinco, por lo que todos los lunes en la madrugada tenia que partir hacia Grimá, un poblado donde existía una única universidad que ofrecía apenas un par de posibilidades de estudio. Ya se había acostumbrado, después de todo siempre pensó que no era de las que podían estar ancladas a un lugar por siempre.
Ricardo se lo hacía todo más fácil, y Andrea siempre se encargaba de tener alguna locura juvenil para contarle cada vez que regresaba.

Cuando el autobús comenzó aquel recorrido de doce horas hacía Grimá,  sacó una manta, algunos rollos de lana y una aguja y comenzó a bordar; su pasatiempo predilecto desde los veinte años, cuando quiso dedicar su tiempo a otra cosa que no fuera llorar por Pablo: su primer amor.

Bordar le había enseñado a llorar sin lagrimas, y a apuñalar otra cosa que no fuera su propio corazón. La aguja había estado tanto tiempo en sus manos y en tantas reflexiones nocturnas, que Marta ya la sentía como amiga íntima. Tantos años habían pasado ya desde Pablo y ella aun seguía bordando.

Pasaron aproximadamente seis horas, mientras bordaba con la cabeza baja sin notar nada de lo que pasaba alrededor; incluso no levantó la vista cuando el asistente del chófer anunció que podían bajarse a comprar en la pequeña tienda en medio del desierto. Ella era una viajera experimentada ya, y sabía que corría el riesgo de perder su asiento si se levantaba solo por comprar algo.

El autobús estuvo ahí aproximadamente treinta minutos durante los cuales ella permaneció atada a la aguja y el bastidor, hasta que de nuevo escuchó a alguien gritar que estaban por continuar el recorrido. En ninguna ocasión había visto subir  a algún conocido en aquel lugar.

Cuanto el autobús retomó el curso, la gente que había subido tarde aun terminaba de acomodarse en los pocos asientos disponibles. De pronto alguien se sentó a su lado, un hombre dos años mayor que ella, y ni siquiera tuvo que levantar la vista para saberlo pues había pasado unos treinta años llevando su aroma en los recuerdos, cargando con un poco de esperanza la sensación de descarga eléctrica que había sentido cada vez que lo tenía cerca.

Lo había amado por treinta y dos años, y cada vez que había pensado en él, desde que la dejó, siempre tenía la sensación de estar a la deriva en medio del mas helado de los océanos. Nunca comprendió con exactitud porqué  había dejado de quererla de pronto, y se había marchado como el más grande de los tornados, dejando devastado todo al rededor.

Había sido claro aquel viernes del ochenta y cuatro, diciendo que ya no la quería más, y que no podía seguir sosteniendo una historia de amor que él consideraba una farsa. Y aunque ella pidió perdón, buscó formas nunca antes inventadas, y agachó su cabeza para reconocer cuanto lo amaba, él se había ido con total determinación.

Poco había sabido de él desde entonces, pues ella también se había determinado a sacarlo de su vida de todas las formas que le fueran posibles. Decidió que si iba a llorar, no permitiría que fuera a sus pies.
Incluso cuando él volvió a buscarla algunos años después de haber terminado su relación, ella se encargó de bloquear cualquier tipo de contacto entre ambos.

Sentada junto a él, descubrió que nunca podría dejar de quererlo. Sin embargo, con disciplina militar esperó que él no la reconociera después de tantos años, y guardó silencio permaneciendo como dos desconocidos en uno de tantos viajes.

Y todo se habría quedado así, de no ser porque de pronto sus pieles se rozaron, y ella no pudo evitar sobresaltarse, cuestión ante la que él pidió disculpas un poco apenado y logro verla a los ojos, reconociendola casi al instante.

Ella saludó con cortesía, e inició una platica que hasta a ella le sorprendía por lo civilizado de su tono. Hablaron de todo lo que les había pasado a lo largo de los años, compartieron las aventuras que les había tocado atravesar separados, y hasta rieron de nuevo como cómplices, cuando alguien anunció que poco faltaba para llegar a Grimá.

Marta extendió la mano para estrechar la de Pablo antes de levantarse, momento que él aprovecho para decirle cuanto había significado ella en su vida, y cuanto se alegraba de volver a verla.

Ella, con la altivez de una mujer de su clase se limitó a agradecer y pasó frente a él buscando caminar hacia la salida del autobús lo mas rápido posible.
Cuando por fin bajó vio a Pablo por la ventana, sonriendo, y diciendo adiós con la mano mientras el vehículo comenzaba a alejarse de nuevo.

Al verlo, supo que, aunque nunca sería capaz de decirselo, también él significaba mucho en su vida y  quizás nunca dejaría de amarlo. Se sintió agradecida por haberlo conocido, y dejo de lamentarse porque lo suyo se hubiera acabado.

Supo que él no volvería a ser suyo, y tampoco se lamentó por eso, incluso agradeció porque su primer amor hubiera sido él  y no otro; ni siquiera Ricardo.